"...Nadie quedaba ajeno a su presencia. Porque no eran sus pechos o su rostro, o su pelo azabache o la línea de su espalda. Era su sentimiento desplegándose en el espacio lo que subyugaba el alma...
...Exasperaba al destino con sus zapatos rojos de tacón...
...El varón por su parte, escondía el rostro en el abra de su cuello, y contra el pecho aplastaba sin piedad los pechos de ella, y con los músculos de sus brazos desdibujaba semejante mixtura, y con sus manos grandes y abiertas extendidas en el escote de su espalda, percibía los detalles de esas vértebras alineadas a la perfección.
...Porque es la entrega de sí mismo la que toma cuerpo y figura contra el fondo negro de las otras pobres almas sin sentido...
...Los ojos de él, que estaban cerrados y no veían, la miraban a ella. Y los ojos de ella, que estaban cerrados y tampoco veían, miraban a Dios. Y ambos clamaban que ese momento fuera eterno, que no existiera un después..."